Podía sentirse dentro de aquellas páginas. Sus enrojecidos ojos devoraban las palabras cuan hambriento león a su presa, mientras, sus dedos rozaban delicadamente el papel, tanteándolo justo antes de, con un ligero movimiento, tornar la hoja y así proseguir con el suculento manjar.
Su cuerpo, sumido en la tenue luz del cuarto, permanecía inmóvil, pero alerta, y su mente, muy lejos de allí, viajaba por mundos desconocidos observados con absoluta nitidez, y vivía otras vidas, y hablaba otras lenguas.
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